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Mayores LGTBI, la generación silenciada

Algunos mayores LGTBI se encuentran con viejos escenarios de contención de libertades cuando tienen que acceder a las residencias públicas. Federico Armenteros es el presidente de la Fundación 26 de Diciembre, un espacio diseñado para acoger, defender y dar servicios residenciales a este colectivo

25 junio 2019

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A 10 kilómetros del centro de Madrid, entre las vías del ferrocarril y el Puente de Vallecas, sobrevive un barrio de 700 viviendas llamado Las Domingueras. Casas levantadas a finales de los 50 por inmigrantes andaluces, manchegos o gallegos entre los campos de cereales que abastecían a las panificadoras de medio Madrid. Aquello que se llamó con lógica el barrio de la Panadería y hoy es el distrito de Entrevías.

Muchas de estas humildes casas obreras, bañadas por el olor a pan y a oportunidad, fueron construidas por los propios vecinos con la nocturnidad que da el miedo a no contar con el beneplácito de la autoridad. Las viviendas crecieron las noches de los fines de semana en torno a patios y calles de juego y tertulia vecinal y, posteriormente, fueron legalizadas bajo los programas urbanísticos de los poblados dirigidos para favorecer, con cierto control técnico, la absorción del chabolismo de la capital.

Federico Armenteros (Madrid, 1959) era uno de aquellos niños que correteaban entre ladrillos y gavetas de cemento en aquellas noches domingueras, mientras sus familiares ponían los primeros cimientos de un futuro esperanzador. Esa sensación de clandestinidad mezclada con el deseo constante de prosperar le acompañaría el resto de su vida: primero construyendo su casa; luego reivindicando su identidad sexual y hoy defendiendo la de los demás.

Levantar un andamio durante 36 años

Su vida, como Las Domingueras, no se ha construido bajo plano, sino con la improvisación de aquel a quien le hacen sentir un bicho raro. Federico se dio cuenta pronto de que algo pasaba. No encajaba en los patrones de conducta que se esperaban de un niño de su edad: jugaba con las niñas, a las comiditas, saltaba a la comba... “Todo eso te iba diciendo cosas que no querías oír”, nos cuenta durante la entrevista.

Cuando no encajas en un puzle normativo, cuando la heterosexualidad es vista como lo normal, no como lo común, buscas aislarte para acotar tu espacio de seguridad. Federico lo encontró en la soledad, en las tardes de lluvia y lectura encerrado en casa de sus padres lejos de insultos y reproches. Allí empezó a construir un andamio con una de esas lonas gigantes de publicidad que te vende una historia diferente, colorida y llena de felicidad fingida. Una estructura que le permitía cumplir el patrón establecido ocultando su verdadera identidad.

En esa lona publicitaria había la foto de una familia feliz. Un hombre que abandonó la agresividad de Madrid y los estudios en el seminario para reencontrarse con los ritmos de Galicia y de Lolita, la mujer con la que se acabó casando y teniendo una hija. Un hombre agradecido por encontrar personas que realmente le querían. Pero un hombre atormentado por no saber corresponder, que buscaba el refugio constante en el voluntariado, en el sufrimiento ajeno para ser más empático, para aportar la experiencia de todo lo que él había sufrido. Un hombre bueno cansado de sumar nuevos pisos a ese andamio infinito.

“Mi mujer empieza a decirme: ‘¿Te pasa algo?’. Yo tenía que resolver, pero no quería resolver. Fue un momento muy doloroso. Intento quitarme de en medio porque no me veo con fuerzas para lo que me venía. Lo que me salva es mi hija. Yo iba con el coche a toda velocidad, quería darme un hostión… me vino mi hija a la cabeza y frené”, cuenta muy emocionado Federico.

La libertad de ser uno mismo

Gracias al trabajo de compañeros y profesionales, Federico pudo desmontar la lona y mostrar la fachada escondida de aquel maravilloso edificio que iba a cambiar su entorno, su barrio, su ciudad. “Todo eso te da una alegría. Fui como el ave fénix. Salió todo el plumerío. Te permites ser tú mismo y eso es maravilloso”. Aquel maricón arrojado con malicia por unos niños malcriados, hoy es recogido como el grito irónico de toda una reivindicación: “Soy maricón, pero también soy persona”.

Federico sale del armario como un búfalo en estampida. Mientras sus compañeros se agachaban al paso de las televisiones en la carroza del Orgullo, él decide no esconderse. Es el momento de canalizar toda la energía contenida durante 36 años para trabajar por la diversidad, por todos aquellos que le habían marcado el camino. Ya no hay caretas ni dobles vidas, su mujer e hija han quemado con él su pasado; han sufrido también lo suyo, pero ahora son compañeras de lucha.

Cuando termina de construirse empieza a reconstruir lo que han perdido los demás. A trabajar por esa generación que no tenía referentes porque fueron los pioneros en la reivindicación, los que salieron por primera vez a la calle en el 79, los que tumbaron el 26 de diciembre de ese año la Ley de Peligrosidad Social, esa que consideraba a gays y lesbianas elementos antisociales para poder meterlos en la cárcel. A trabajar por aquellos que, con 50 años más, tienen que disimular su pluma por miedo al rechazo en algunas residencias, volver al armario por el qué dirán.

Más de 70.000 madrileños de aquella generación de gays y lesbianas viven hoy en riesgo de exclusión social. “Nos están vendiendo la moto de que el mundo LGTBI es joven, guapo, consumidor y bailarín... Esto no me gusta. Veo esa gran necesidad de que debemos a nuestros mayores un respeto, un trabajar con ellos”, nos recuerda, convencido.

Federico creó en 2010 la Fundación 26 de Diciembre en honor de aquel episodio: un espacio de confianza que da servicios socioeducativos y residenciales al colectivo más mayor. Tienen cinco pisos cedidos por el Ayuntamiento de Madrid con 20 plazas funcionando y están a punto de abrir en Villaverde la primera residencia de atención especializada con la idea de inclusión, no de exclusividad, porque se trata de generar un espacio para todos, sin los guetos que ellos vivieron. Las 62 plazas ofertadas ya han volado. “Cuando llegas a mayor no quieres volver a sufrir porque ya has sufrido mucho. Tenemos unas necesidades de apoyo distintas a una persona que no ha vivido un problema legal, de enfermo, de delincuente, de pecador...”, insiste irónicamente Federico.

Su sede es un patio más en el corazón mestizo de Lavapiés, un sitio de charla y fiesta hoy, o de encuentro y acogida mañana. Siempre hay gente participando en los talleres de cocina de la abuela, en los de ganchillo, en el teatro reivindicativo o hasta en el mindfulness. Las paredes están llenas de cromos que ilustran todo el viaje del movimiento, estampas del Orgullo mezcladas con viejos recuerdos y obras de arte naíf. Hay muebles de Ikea entre jarrones chinos y viejas gramolas. Y es que la decoración se explica como metáfora del lugar: esto es el paraíso de los colores, de las mezclas y diferencias. Una realidad creada con la suma de todos que ha adquirido identidad genuina, como aquellas viviendas de Las Domingueras, como aquel hombre que superó su pasado gracias a la ayuda de sus seres queridos y que hoy quiere devolver lo aprendido a sus referentes mayores, los que pusieron esa primera piedra para que esta diversidad y riqueza sean hoy una realidad.

Publicado en la versión digital del periódico El País 24/06/2019  Pienso,luego actúo.

https://elpais.com/sociedad/2019/06/20/pienso_luego_actuo/1561047690_323473.html

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